Por MamoHay una anécdota que protagonizamos Micky, Maxi, Chucky, Benjo, Javi Delfino y quien les escribe que insiste en visitar mi memoria y todavía no logro comprenderla. Lo que les voy a contar pasó en la despedida de los pibes que se fueron para Costa Rica. Lo triste es que, muy probablemente, ellos y su borrachera ya se hayan olvidado de esta increíble historia.
Promediaban las 5 de la matina, cuando con don Migüel nos pusimos a jugar con una pelota invisible en el aire. Uno "tomaba" esa pelota, la hacía viajar por sus extremidades, la pelota se deslizaba por los hombros, brazos y codos y después de entretenerse un rato con esa """pelota""" (les pongo muchas comillas para que entiendan que no era una pelota de verdad, ¿sí?) era lanzada al aire para que la tome el otro. Si mal no recuerdo, Javi se sumó a la dupla e intervino haciendo algunos jueguitos, llegó a tragársela y la despidió por el trasero haciendola rebotar, primero en el piso y, después, por todas las paredes hasta que volvió a nuestras manos. Así estuvimos divirtiéndonos algunos minutos.
Cansados de tanto agite físico, acordamos detener la pelota y darnos un respiro. Benjo, acodado en la barra se acomodaba su flequillo Panten Probé y Chucky tanteaba el tobul sin darse cuenta que tenía la bragueta abierta desde las 2 de la mañana.
A esa altura, yo ya me sentía muy familiarizado con nuestra pelota imaginaria. Tanto la había sentido, tan creíble había sido nuestro juego que pude verla. Por un segundo, supe su tamaño, su textura y su color.
Creyendo que se trataba de un lime personal, aproveché nuestra pausa para decirle a Micky:
- Micke... no me respondas. Ahora te voy a hacer una pregunta, pero necesito que contengas tu respuesta hasta que yo te lo pida.
Los ojos de Micky no podía posarse sobre ningún punto fijo. Zigzagueaban por el espacios ondulantes y perdidos. Así y todo, sabía que Micky me escuchaba.
- Te voy a hacer una pregunta y vas a responder conmigo a la cuenta de tres- le expliqué.
A duras penas Micky podía sostenerme la mirada.
- Después de jugar tanto con la pelota, yo creo que sé de qué color es. A la cuenta de tres, los dos vamos a decir en voz alta de qué color es nuestra pelota imaginaria.
Micky asintió con la cabeza, no pronunció ninguna palabra.
- Uno...- comencé con la cuenta.
Don Migüel entrecerró sus ojos, como haciendo un intento místico para entrar en conexión con la pelota incorpórea.
- Dos...
Micky se tambaleaba en su banqueta. Oscilaba de un lado hacia el otro.
- Y tres!
- NARANJA- dijimos los dos a la vez.
Lo que siguió fue un estallido colectivo entre nosotros dos y el resto de los muchachos que nos escuchaban formando un semicírculo alrededor nuestro. Gritos, abrazos y tal vez alguna lágrima. Una muestra incontrastable de que el mundo es mucho más que lo que vemos, mucho más que lo científico y muchísimo más que lo terrenal. Un verdadero testimonio de telepatía improvisada.
Espero que, con este detallado relato, los protagonistas de esta historia puedan resucitarla de sus memorias y volver a compartirla entre todos.